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¿Había estado los Estados Unidos prevenido del
ataque del 11 de septiembre?
Cuarta parte: La negativa en investigar
Por Patrick Martin
16 Febrero 2002
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el autor
Ver Primera parte: Advertencias;
Segunda parte: Vigilando a los piratas
aéreos; Tercera parte:
Los Estados Unidos y el terrorismo del Medio Oriente;
Cuarta parte: La negativa en
investigar
Este conjunto de artículos ha analizado evidencia que
indica que las agencias de espionaje estadounidenses habían
recibido suficiente información advirtiéndoles acerca
de los ataques del 11 de septiembre. Esta información consistía
de detalles particulares acerca de los métodos, de los
blancos probables y hasta de la identidad de varios de los piratas
aéreos, incluso el nombre del dirigente principal, Mohammed
Atta. Pero hay otros temas que provocan inquietud y que no se
han resuelto, tales como el fracaso en lanzar a tiempo aviones
de defensa aérea para interceptar los jets de aerolíneas
comerciales.
Desde el punto de vista político, sin embargo, existe
un indicio de prueba mucho más importante que todos los
otros, pues sugiere que la historia acerca del 11 de septiembre
todavía no ha visto fin: la negativa del gobierno de Bush
y el Congreso Nacional en conducir siquiera una investigación
de la agresión terrorista y de la reacción del gobierno
hacia ella.
Más de cuatro meses después del mayor acto genocida
en tierra estadounidense, no se ha convocado a ninguna audiencia
congresista, no se ha anunciado ninguna comisión investigadora
y se ha ignorado toda sugerencia para formar una organización
semejante. hasta las investigaciones internas del FBI se han postergado.
Esta inercia es extraordinaria; carece de toda explicación
política. Apesta a encubrimiento con raíces políticas.
Los Republicanos bloquean comisión bipartita
La reacción inicial del Congreso al 11 de septiembre
fue establecer una comisión independiente cuyos integrantes
iban a ser nombrados conjuntamente por los dirigentes del Congreso
y la Casa Blanca. Esta comisión tendría a su cargo
la investigación de todos los eventos que tomaron lugar
antes del ataque, inclusive la manera obvia en que las agencias
de espionaje de los Estados Unidos fracasaron en impedir o prevenir
la piratería aérea suicida. El Comité sobre
Asuntos de Espionaje de la Cámara de Diputados había
incluido semejante propuesta cuando presentó su anteproyecto
de ley para financiar las actividades del espionaje estadounidense.
Fue entonces que la Casa Blanca intervino.
El 6 de octubre, la Cámara de Diputados votó
y aprobó el presupuesto para el espionaje con enorme aumento
de la porción para los gastos, pero al mismo tiempo comenzó
a darle la espalda al llamado para investigar la falta de preparación
que el 11 de septiembre había revelado. Los dirigentes
Republicanos tomaron pasos para restringir la autoridad de la
comisión, y presentaron una enmienda para negarle dos poderes:
el de obligar a personas a comparecer ante sí y el de garantizarle
inmunidad a los testigos. Cambiaron el énfasis original;
ahora éste consistía en hacer un estudio de los
impedimentos estructurales que se interpusieron a
la colección y análisis de la información
obtenida a través del espionaje. Es decir, en vez de investigar
la manera en que el FBI y la CIA fracasaron en prevenir el 11
de septiembre, la responsabilidad de la comisión ahora
era como darle nuevos poderes amplios a las agencias de espionaje.
Los Republicanos del congreso evidentemente estaban cumpliendo
los deseos del gobierno de Bush. Los Demócratas rehusaron
agitar para que se pasara lista durante la votación y,
por consiguiente, permitieron que el plan Republicano se adoptara
colectivamente por medio de voto oral aclamador. El New York
Times escribió: El gobierno ahora mismo no tiene
mucho apetito para que se le haga una autopsia al fracaso en descubrir
y derrotar el complot.
Dos semanas después, los senadores John McCain y Joseph
Lieberman, Republicano y Demócrata, respectivamente, declararon
en el programa de televisión, Meet the Press [ Encuentro
con la prensa], que apoyaban la formación de una comisión
independiente para la investigación de los ataques del
11 de septiembre. Entre otros ejemplos, Lieberman citó
el precedente establecido luego del ataque contra Pearl Harbor,
cuando se formó una comisión especial para investigar
la preparación militar. El Demócrata expresó
que esperaba el apoyo del gobierno de Bush para esta propuesta.
Pero el 21 de noviembre, el presidente Demócrata del
Comité del Senado sobre Asuntos de Espionaje y sus contrapartes
Republicanos, Robert Graham de la Florida y Richard Shelby de
Alabama, declararon que se abstendrían de toda investigación
sobre el fracaso en predecir o prevenir los ataques contra el
World Trade Center y el Pentágono hasta cierto momento
indefinido del 2002. Los dirigentes de la Cámara de Diputados
expresaron su acuerdo y optaron por esperar hasta el nuevo año.
Graham dijo que no sería oportuno conducir semejante investigación
durante la guerra en Afganistán, y Shelby la llamó
una distracción. Ambos senadores dijeron que habían
estado en comunicación con la Casa Blanca, la cual expresó
unanimidad con la decisión de postergar toda audiencia.
Durante el mismo período, el FBI tomó los pasos
para ponerle fin a toda investigación jurídica de
la piratería suicida. El 8 de octubre el New York Times
informó que funcionarios de antigüedad en las
agencias de hacer cumplir la ley han dicho que el Departamento
de Estado y el FBI han ordenado a sus agentes en todo el país
que reduzcan sus investigaciones sobre los ataques terroristas
del 11 de septiembre para que puedan seguir pistas que prevengan
un segundo ataque, quizás inminente.
Poco después, dos funcionarios de mayor antigüedad
en el FBI decidieron jubilarse. Neil J. Gallagher anunció
que abandonaría su puesto como jefe de la sección
encargada de la seguridad nacional. Thomas J. Pickard, jefe a
cargo de la investigación diaria de los ataques del 11
de septiembre, le informó a la agencia el 31 de octubre
que el también se iría. Las jubilaciones de ambos
entraron en efecto el 30 de noviembre.
Anteriormente, Pickard se había encargado de conducir
muchas investigaciones sobre el terrorismo para el FBI y contaba
con tan sólo cincuenta años de edad. Su salida tan
abrupta bajo condiciones de guerra es, pues, verdaderamente extraordinario.
Bajo otras circunstancias, la prensa habría reprobado sus
acciones como negligencia de sus deberes. O por otra parte pudo
haber alabado su deshaucio como ejemplo que el FBI estaba barriendo
su casa luego de un fracaso tan desastroso. Pero no fue
así. La prensa casi no le hizo caso a la jubilación
del hombre principalmente responsable de investigar el 11 de septiembre.
El precedente establecido por Pearl Harbor
El fracaso en investigar el 11 de septiembre se ha justificado
invariablemente en que semejante investigación no sería
oportuna durante tiempos de guerra o que sólo serviría
para fomentar acusaciones partidarias.
Pero como la experiencia con el gobierno de Clinton demostrara,
el Washington de hoy día no carece de mala gana para culpar
a otros o utilizar las investigaciones para resolver diferencias
políticas. Sólo se puede imaginar lo que habría
sido la reacción de los republicanos congresistas si el
11 de septiembre hubiera ocurrido en el 2000 y no en el 2001.
Pero como el escritor del New York Times, R.W. Apple, observó
el 14 de diciembre: es sorprendente que hasta ahora son
pocas la personas dentro o fuera de los ámbitos del gobierno
que se han mostrado dispuestos acusar a las agencias de descuidar
sus deberes. Y tampoco se ha escuchado al coro pedir la cabeza
de George J.Tenet, director del espionaje central.
En cuanto a la postura que los tiempos de guerra no permiten
una investigación de importancia, el precedente de Pearl
Harbor la refuta por completo. En menos de un mes después
del ataque, Roosevelt nombró una comisión dirigida
por el juez de la Corte Suprema, Owen Roberts, para investigar
la conducta de funcionarios militares durante la represalia. Se
prestó testimonio ante la comisión, ésta
presentó sus decisiones, y censuró a dos militares
de alto rango, eficazmente poniéndole fin a sus carreras
sin hacerle el menor daño a las acciones de guerra de los
Estados Unidos.
Si al gobierno de los Estados Unidos en aquella época
le fue posible conducir una investigación mientras ponía
en marcha una movilización militar sin precedente contra
dos adversarios poderososel Japón Imperial y la Alemania
Nazi , ¿por qué es imposible hoy día,
cuando el presunto enemigo es una pequeña pandilla de terroristas
en uno de los países más pobres del mundo?
La Casa Blanca y los apologistas que lo defienden se han valido
mucho del precedente establecido por la Segunda Guerra Mundial
para justificar la orden ejecutiva de Bush: que a las personas
acusadas de terrorismo se les debe someter a juicio ante tribunales
militares. Citan el caso en que Roosevelt aprobó la formación
de un tribunal militar para enjuiciar a ocho saboteadores alemanes
que habían sido capturados. Pero en cuanto a la investigación
del ataque de sorpresa del 11 de septiembre, ignoran
el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial.
(El ejemplo de los tribunales de Roosevelt es quizás
inadvertidamente revelador, puesto que éste había
ordenado que los trámites del juicio se llevaran a cabo
en sesiones privadas cerradas al público. La razón
de esta acción no se debió a que era necesaria desde
el punto de vista militar durante tiempos de guerra, sino porque
los funcionarios de alto rango entre los militares y las agencias
de espionaje iban a sufrir una humillación política.
Dos de los ocho saboteadores se entregaron a las autoridades luego
de llegar a los Estados Unidos, pero al principio el FBI rehusó
creerles su relato y pensó que su primera llamada telefónica
había sido una chifladura. A la vez que J.
Edgar Hoover, director del FBI en ese entonces, quería
encubrir esta negligencia de su parte, el Departamento de Guerra
quería mantenerse callado acerca de la facilidad con que
los ocho habían desembarcado en la Florida y en Long Island
por medio de submarinos, hecho conocido por el alto comando de
los nazis, pero desconocido por el público estadounidense.)
Un nuevo ímpetu para la investigación
El 20 de diciembre, dos meses después de sus comentarios
iniciales, McCain y Lieberman revelaron una propuesta de ley para
establecer una comisión de investigación bipartita
compuesta de 14 miembros. El modelo para ésta era la Comisión
Warren o las investigaciones relacionadas con Pearl Harbor. Bush
había de seleccionar a cuatro de los miembros; los diez
restantes serían nombrados por los dirigentes congresistas
de ambos partidos. McCain sugirió que los ex senadores
Gary Hart y Warren Rudman fueran co- presidentes debido a que
anteriormente habían participado en una comisión
similar. Èsta había predicho en 1999 que, en el
futuro, un ataque terrorista en suelo estadounidense probablemente
causaría una gran cantidad de muertos.
McCain anunció que él y Lieberman habían
hecho este plan público porque todas estas agencias
muestran cierta resistencia a una investigación independiente.
Al explicar la razón por qué era necesario una
investigación en que el poder legislativo y el ejecutivo
colaboraran, McCain declaró que Ni el régimen
[de Bush] ni el Congreso es capaz de conducir una investigaciónde
lo que sucedió el 11 de septiembreque sea independiente,
completa y sin ninguna afiliación a un partido político.
Anne Womack, vocera de la Casa Blanca, reaccionó al
plan, pero sin comprometerse. Repitió la excusa de Bush
para permanecer inmóvil: Esperamos con ilusión
la oportunidad de someterlo [el plan] a estudio, dijo. En
este momento el Presidente concentra sus esfuerzos en la guerra
contra el terrorismo.
Al informarle al público acerca de los nuevos llamados
para el establecimiento de una investigación independiente,
el New York Times dijo: Un asesor del congreso, con
muchos años de servicio, dijo que para los Demócratas,
la reacción confusa del gobierno ante el ántrax
que se había descubierto en cartas de correo a los senadores
Tom Daschle, Demócrata del estado de Dakota del Sur, y
a Patrick J. Leahy, Demócrata del estado de Vermont, le
había pegado al blanco en el senado, ocasionando que aumentara
el interés en conducir una investigación minuciosa
y detallada del gobierno mismo, inclusive de la aparente carencia
de planes para luchar contra el terrorismo biológico.
Tenemos el derecho a interpretar este lenguaje de fábulas
de Esopo en relación a lo que ya se sabe acerca de los
ataques con ántrax, el cual consistía de esporas
poderosísimas que se habían obtenido de un programa
secreto de guerra biológica auspiciada por el Ejército
de los Estados Unidos. Los ataques de ántrax fueron un
atentado para destruir la dirección Demócrata del
congreso. Esto lo reconocen varios Demócratas, y lo más
probable que Mccain también. Lo cual los ha impulsado a
formular esta contrarréplica tan cautelosa y vacilante.
Sería una tontería confiar en estos pasos tan
tentativos. Si analizamos la historia de las reacciones del Partido
Demócrata ante las provocaciones del estado y de las agresiones
contra los derechos democráticos, nos damos cuenta que
éste se ha ido cuesta abajo durante el último cuarto
de siglo: desde las revelaciones limitadas del escándalo
de Watergate, a la Comisión Church, a los delitos de la
CIA y el FBI entre el 1973 y 1976, al fracaso en abrir paso ante
la muralla erigida por el gobierno de Reagan en relación
al escándalo de Irán-contra en 1987, a su postración
ante los ataques de la derecha para desestabilizar el gobierno
de Clinton, que terminaran en el juicio político del ex
presidente.
Provocación y guerra
La información que hemos resumido en este repertorio
de artículos representa solamente los hechos que han salido
al día en los Estados Unidos y en los medios de prensa
internacionales. El público no tiene acceso a los datos
mucho más numerososbasados en intercepciones electrónicas,
espionaje secreto y en otras fuentesque estaban a disposición
de toda la maquinaria de espionaje estadounidense durante el período
antes del 11 de septiembre. Aún así, este selección
limitada muestra la falsedad de las declaraciones estadounidenses
que el ataque contra el World Trade Center fue una sorpresa
imprevista.
Cuando se investiga cualquier homicidio, hay que hacer una
pregunta: ¿quién es el beneficiario? Los beneficiarios
principales de la destrucción del World Trade Center
se encuentran en los Estados Unidos: el gobierno de Bush,
el Pentágono, la CIA, el FBI, la industria de las armas
de fuego, la industria petrolera. Es lógico preguntarse
si aquellos que se han beneficiado hasta el extremo de esta tragedia
contribuyeron con los esfuerzos a que sucediera.
A los que consideran inconcebible que los Estados Unidos lleve
a cabo semejante acción, les recordamos que aprendan de
la historia. En casi todas las guerras desde que los Estados Unidos
se convirtiera en poder mundial hace un siglo, la clase gobernante
se ha valido de acontecimientos o atrocidades similares para vencer
la renuencia instintiva del pueblo estadounidense en participar
en conflictos extranjeros.
En varios casos el casus belli fue una invención
total, como sucedió en 1964 con el incidente del Golfo
de Tonkin, lo cual resultó en que el congreso adoptara
la resolución que autorizó la enorme intervención
de los Estados Unidos en Vietnam. O puede que el pretexto haya
sido un accidente, como la explosión que destruyó
el buque de guerra Maine en el Puerto de la Habana en 1898
y le abrió paso a la guerra contra España. Pero
en la gran mayoría de los casos, el evento escogido para
desatar la guerra ha tenido sus raíces, hasta cierto punto,
en la manipulación que el gobierno estadounidense ha llevado
a cabo a escondidas.
El hundimiento del buque Lusitania en 1915 fue consecuencia
predecible de una decisión del gobierno de Wilson: permitirle
a los buques de pasajeros transportar cargamentos de armas al
flanco franco-inglés de la Primera Guerra Mundial. Cuando
un submarino alemán torpedeó al barco, resultando
en la pérdida de 1,200 vidas, la reacción colérica
del público impulsó a los Estados Unidos a meterse
en la guerra. Pearl Harbor también fue previsto
por el gobierno de Roosevelt, aunque quizás no la fecha
y el lugar específico. Pero si se sabía que existía
la posibilidad de un ataque japonés preventivo una vez
que los Estados Unidos, durante el verano de 1941, cancelara todos
los cargamentos de petróleo y chatarra al Japón.
Pero un caso de manipulación todavía más
burdo fue la invasión Iraquí de Kuwait en agosto
de 1990, la cual ocasionó el despliegue a escala mayory
de permanencia aparentede tropas estadounidenses en el Golfo
Pérsico y la Península Arábica.
Es un hecho que durante la década de los 1980, Saddam
Hussein había sido aliado militar de los Estados Unidos,
quien le suministrara información de espionaje y cargamentos
de armastodos aprobados por el gobiernoa sus esfuerzos
bélicos contra Irán. Luego de Irán verse
obligado a aceptar un alto a las hostilidades, el cual fue, en
gran parte, favorable a Iraq, los Estados Unidos (y Arabia Saudita
también) comenzó a inquietarse, principalmente porque
quería prevenir que Baghdad, con su ejército de
un millón de soldados ya puesto a prueba en los campos
de batalla, dominara el Golfo Pérsico.
Siguió toda una serie de conflictos que en su mayoría
fueron provocados por Kuwait. El emirato de gran riqueza petrolera
exigía que Iraq inmediatamente le reembolsara billones
de dólares en préstamos de guerra a la misma vez
que agotaba el petróleo de los campos Rumaila, los cuales
se encuentran, en su mayor parte, dentro de la frontera Iraquí,
lo que puso a Iraq en una situación económica bien
difícil. Saddam Hussein tomó represalia con alardes
amenazadores de su poder militar, refiriéndose a Kuwait
como la decimonovena provincia de Iraq, que se le habían
extirpado cuando el imperialismo británico se la robó
al país.
La reacción de los Estados Unidos a este conflicto fue
bastante cautelosa. En su famosa reunión con Saddam Hussein
el mes antes de la invasión Iraquí, la embajadora
estadounidense, April Glaspie, declaró que la pugna entre
Iraq y Kuwait era asunto que los dos países tenían
que resolver por sí mismos y que los Estados Unidos no
jugaba ningún papel en ello. En tanto, bajo órdenes
de Colin Powell, quien en ese entonces era jefe del estado mayor,
el general Norman Schrwarzkopf formó los planes para una
invasión estadounidense enorme contra Iraq en el Golfo
Pérsico. La estrategia para ser puesta en práctica
por este plan se completó en julio de 1990, o sea, pocos
días antes del encuentro entre Glaspie y Hussein.
Existen suficientes razones para creer que EE.UU. tácitamente
alentó el ataque iraquí, lo cual sirvió de
pretexto para destruir las fuerzas militares de Iraq y realizar
el objetivo que la política extranjera de los Estados Unidos
había deseado por largo tiempo: el establecimiento del
dominio estadounidense en el Golfo Pérsico, rico en petróleo.
Del mismo modo, el gobierno de Bush ha visto en la catástrofe
del World Trade Center la oportunidad para desplegar las
fuerzas militares estadounidenses en el Asia Central y la Cuenca
del Caspio. Dicha región contiene vastas provisiones de
petróleo sin explotar y se espera que se convierta en el
Golfo Pérsico del Siglo XXI.
Después de la invasión iraquí de Kuwait,
varios funcionarios estadounidenses fueron citados en el sentido
de que no habían sospechado que Saddam Hussein se apoderaría
de todo el país. Es decir, habían alentado sus apetitos
y esperaban que solamente desatara un conflicto fronterizo con
los Estados Unidos en el papel de árbitro, lo cual fortalecería
la presencia de éste en la región del Golfo. Puede
que se haya dado un error igual en cuanto a las piraterías
aéreas del 11 de septiembre, cuyas consecuencias fueron
mucho más devastadoras de lo que se pudo haber esperado.
Es imposible determinar, con los hechos actuales a nuestro
alcance, hasta que punto el gobierno de los Estados Unidos sabía
por adelantado acerca de la catástrofe del World Trade
Center. Pero la duda merece una investigación más
minuciosa y completa.
Otras explicacionesque el FBI y la CIA fueron culpables
de una ineptitud tan espectacular que llega a la negligencia criminaltampoco
hacen relucir al gobierno. Un gobierno que permitió, o
que probó ser incapaz de prevenir, la matanza de miles
de ciudadanos ahora le pide al mismo pueblo que confíe
ciegamente en una campaña militar sin límites.
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