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La relación entre el juicio de Libby por perjurio y
la prensa convencional de Washington
Por Patrick Martin
8 Febrero 2007
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el autor
Este artículo apareció en nuestro sitio web
en su inglés original el 3 de febrero, 2007.
Un desfile de corresponsales famosos subieron a la estrada
de los testigos durante el juicio de Lewis Libby, ex jefe del
personal del Vicepresidente Cheney acusado de perjurio. El juicio
ha enfocado el incesto que existe entre los niveles más
altos de los medios de comunicación y los ámbitos
más poderosos de los sectores, políticos, militares
y de espionaje.
Corresponsales de la televisión, los periódicos
y las revistas más importantes del cuerpo de prensa de
Washington, cuyos salarios alcanzan cifras en los cientos de miles
de dólares, se encuentran prestando testimonio en las diligencias.
A Libby se le ha imputado cargos de haber cometido perjurio
y obstruir a la justicia cuando le mintió al gran jurado
que investiga la divulgación subrepticia y sin autorización
de la identidad de Valerie Plame Wilson, ex agente secreta de
la CIA. Fue el gobierno de Bush que divulgó la información
a la prensa en retaliación contra la crítica pública
que Joseph Wilson, ex embajador y esposo de la Valerie, le hiciera
a la Casa Blanca y a sus mentiras acerca de la guerra en Iraq.
Esta semana, el testimonio de periodistas y asistentes de la
Casa Blanca confirmó que Karl Rove, jefe asistente del
personal de la Casa Blanca y consejero político principal
de Bush, había jugado un importante papel en la diseminación
de la información acerca de la esposa del embajador.
El testimonio de otras personas ha fortificado el caso contra
Libby, quien le declaró a varios agentes del FBI, así
también como al gran jurado convocado por el fiscal especial,
Patrick Fitzgerald, que él había sabido la identidad
secreta de la Señora Wilson como agente de la CIA por medio
de la prensa misma, y que él no había jugado ningún
papel en diseminar la información. Ambas afirmaciones comprobaron
ser completamente falsas. Más de una docena de testigos
las han refutado.
Dos periodistas testificaron que Libby les había informado
acerca del papel de Valerie Plame como agente de la CIA hacia
fines de junio y a principios de julio, 2003: Matt Cooper, quien
antiguamente había trabajado para las revistasTime
y Newsweek; y Judith Miller, ex periodista del New York
Times.
El momento en que estas conversaciones tomaron lugar es crítico,
tanto desde el punto de vista jurídico como político.
Desde el punto de vista de la jurisprudencia, Libby se enfrenta
a cargos de perjurio porque repetidamente le dijo al FBI y al
gran jurado que se había enterado que Plame era espía
de la CIA durante una conversación con Tim Russert, de
la cadena nacional de televisión, NBC, el 10 de julio,
2003. A Russert se le ha citado el lunes para comparecer como
último testigo de cargo, pero éste ha negado haber
tenido ninguna conversación con Libby en cuanto al caso
Miller testificó que, antes del intercambio entre Lobby
y Russert el 10 de julio, había tenido dos conversaciones
acerca de Valerie Plame durante el 23 de junio y el 8 de julio.
Cooper testificó que se había percatado del papel
de Plame en la CIA durante una conversación con Karl Rove
el 11 de julio, y, además, que Libby había confirmado
la información al otro día, el 12 de julio.
Las conversaciones con Miller son especialmente importantes
porque revelan que la Casa Blanca y los medios de prensa en Washington
ya hacían referencias a las acusaciones del Embajador Wilson
mucho antes de éste publicarlas el 6 de julio en una columna
de opinión en el New York Times. Las acusaciones
de Wilson que la Casa Blanca incluyó información
falsa en el discurso sobre el estado de la nación de Bush
en enero, 2003; información sobre las presuntas compras
de uranio que el gobierno iraquí hizo en Níger
primero fueron diseminadas por Nicolas Kristof en una columna
del Times en mayo 2003. El artículo apareció
sin mencionar el nombre del autor.
La Casa Blanca inmediatamente identificó a Wilson como
el funcionario que Kristof citó sin nombrar, y empezó
la lucha para vilipendiar el ex embajador disidente y poner en
duda su credibilidad. Había ciertas sospechas acerca del
papel del Vicepresidente Cheney, pues en 2002 éste había
exigido que la CIA investigara acusaciones acerca de una conexión
Iraquí con los depósitos de uranio africanos, orden
que finalmente condujo a la agencia a enviar a Wilson a Niger,
donde éste no encontró ninguna evidencia de que
Irak había intentado comprar uranio.
Miller testificó que cuando se reunió con Libby
el 23 de junio, 2003, él parecía agitado y
frustrado, y que especialmente se quejaba de que la CIA
participaba en una perversa guerra de divulgaciones subrepticias
en cuanto al viaje de Wilson a Niger. ¿Sabía ella
él le preguntó que Wilson estaba casado
con una agente de la CIA llamada Valerie Plame? Lobby relató
las labores de la Sra. Plame con la agencia y sugirió que
la influencia de ella había resultado en que su esposo
fuera seleccionado para la misión.
La periodista del Times acababa de regresar a Washington
de Irak, donde había pasado varios meses encamada
en una unidad militar secreta de espionaje que recorría
el país para encontrar evidencia de las armas para
la destrucción en masa, campaña que fracasó
totalmente. Miller había escrito cuantiosos artículos
y un libro sobre el tema, todos apoyando la acusación que
Saddam Hussein acumulaba enormes reservas de semejantes armas.
Libby había alabado esta obra de Miller y se convirtió
en una fuente regular de los escritos de Miller, Para describir
la relación entre los dos con más precisión,
Miller se convirtió en la vocera favorita del gobierno
de Bush por medio de la cual podía diseminar la propaganda
pro bélica en el período antes y durante la conquista
de Irak.
Fue en esta capacidad, como co conspiradora en la promoción
de la guerra, que Miller se reunía con Libby. Esta es la
única explicación para el próximo encuentro
entre los dos el 8 de julio en el Hotel St. Regis en Washington.
Éste ocurrió dos días después que
la columna por invitación de Joseph Wilson apareciera en
el New York Times. La columna desenmascaraba un
aspecto clave del fraude de las armas para la destrucción
en masa perpetrado por el gobierno.
Durante un desayuno de dos horas de duración - tiempo
que sugiere más una colaboración de trabajo entre
dos cómplices que una entrevista entre un funcionario del
gobierno y una periodista presuntamente independiente Libby
le propuso a Miller que escribiera un artículo desenmascarando
a Valerie Plame Wilson. También le propuso que atribuyera
la información (que él mismo proveía) a un
ex miembro del personal del Congreso de Estados Unidos.
Esta descripción es, a primera vista, verídica desde
el punto de vista técnico, pues Libby cierta vez había
trabajado para el Congreso como miembro del personal Republicano.
Pero la realidad es que Libby, con fines de hacerle daño
a uno de sus críticos, intencionalmente plantaba una pista
falsa.
Miller aseveró en su testimonio que Jill Abramson, directora
del la cede del New York Times en Washington del Times,
había vetado la propuesta, pero Abramson lo niega. De Todos
modos, el artículo no apareció, y el Times
no publicó nada acerca del tema hasta después de
una columna, publicada el 14 de julio y escrita por el comentarista
derechista, Robert Novak, que mencionaba a Plame como espía
y describía su papel en la CIA.
Miller testificó como testigo de cargo para el fiscal
especial Fitzgerald, quien ordenó su encarcelación
por 85 días en 2005 para obligarla a contestar preguntas
acerca de la identidad de la persona en el gobierno de Bush que
había conversado con ella acerca del asunto Plame-Wilson.
Sólo cesó de rehusar prestar testimonio después
de una carta enigmática de Libby, librándola de
toda promesa de confidencialidad, y sugiriendo quizás
en código que los dos estaban unidos hasta
las raíces.
El caso de Libby no representa el único proceso penal
en el que Fitzgerald ha obligado a Miller a testificar. El noviembre
pasado, ella subió a la estrada de testigos en el juicio
de Muhammed Hamid Khalil Salah, tendero en una tienda de comestibles
en los suburbios de Chicago, y de Abdelhaleem Ashqar, ex profesor
universitario en los suburbios de Washington, DC. A éstos
se les había acusado de organizar apoyo financiero para
Hamas, grupo que constituye la dirigencia elegida de la Autoridad
Palestina. El gobierno de Estados Unidos, sin embargo, clasifica
a esta organización como terrorista. Casualmente, ese juicio
terminó el jueves cuando el jurado absolvió a los
dos hombres de todos los cargos de terrorismo. También
los declaró culpables de infracciones menores, tales como
mentirle a investigadores federales.
Este juicio, que intentó criminalizar retroactivamente
el apoyo presuntamente brindado a Hamas a principios de la década
del 90, merece su propio análisis. El significado del papel
de Miller en dicho juicio es que a ella se le presentó
como testigo para refutar y poner en tela de juicio las declaraciones
de Salah, quien sostenía que había sido torturado
por la agencia de espionaje israelí, Shin Bet, cuya evidencia
formaba una mayor parte del caso presentado por el fiscal. Dos
policías secretos israelíes, disfrazados y con voces
falsas, testificaron durante el juicio.
Miller describió que había presenciado una interrogación
de Salah por Shin Bet en 1993 mientras trabajaba como corresponsal
del New Times en Israel. Aseveró que Salah no parecía
haber sido víctima de la tortura y añadió
que éste se jactaba y se mostraba enfadado. No había
razón de creer que había sido sujeto a ese tipo
de tratamiento.
Aparte del ambiguo valor de este testimonio Salah fue
interrogado durante semanas enteras, pero Miller lo vió
por unos pocos minutos nada más queda el hecho extraordinario
que Miller fue invitada por el Primer Ministro en esa época,
Yitzhak Rabin, y el director de Shin Bet, Yaakov Perry, a presenciar
la investigación de un terrorista por Shin
Bet. ¡Los agentes de Shin Bet hasta sugirieron que ella
podía interrogarlos!
Durante el contrainterrogatorio, Miller declaró que
un editor del New York Times había aprobado su visita
al centro de interrogaciones de Shin Bet. Se le preguntó
la identidad de este editor. No recuerdo, contestó.
Teníamos muchos editores. Admitió que
la interrogación había sido conducida en Árabe,
que no habla, y que había dependido de un intérprete
de Shin Bet. También afirmó que no podía
recordar si había grabado parte de la sesión o no,
pero en una entrevista por la radio en 1998 había descrito
que sí había usado una grabadora. El abogado de
Salah, Michael Deutsch, le preguntó directamente:
¿Alguna vez ha colaborado usted con Mossad?
Miller respondió que no.
Miller había escrito acerca de la interrogación
de Salah en un artículo para el New YorkTimes en
1993 sin divulgar que había estado presente durante la
sesión. En un libro publicado en 1996, consagrado a informes
sobre el Oriente Medio como corresponsal del Times, ella
no obstante relata detalladamente el incidente, y hace notar la
invitación a participar en la formulación de preguntas
al sospechoso. También hace la pregunta que la pone en
seria tela de juicio: ¿Dónde se encuentra
la línea de demarcación entre el periodismo y la
participación en una investigación oficial que yo
supiera consistía de la tortura?
El hecho es que, después de estas revelaciones, Miller
trabajó como corresponsal del Times durante la próxima
década, lo que muestra que la dirigencia principal del
periódico estaba perfectamente dispuesta a emplear a una
agenteno declarada, pero sí de hechode los
servicios de espionaje israelíes y estadounidenses y hasta
a promoverla como corresponsal investigadora que abre nuevos caminos
a su profesión.
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