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Dirigida por Kathryn Bigelow y guión de Mark Boal
"En tierra hostil", un elemento más de una
tendencia lamentable
Por Joanne Laurier
19 Abril 2010
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el autor
En tierra hostil arranca con una cita del antiguo corresponsal
de guerra Christopher Hedges: "el fragor de la batalla es
una adicción poderosa y a menudo letal, pues la guerra
es una droga".
Así se presenta uno de los motivos centrales de la nueva
película de Kathryn Bigelow, directora de obras tan turbias
y cargadas de violencia como Acero azul (Blue Steel,
1989), Le llaman Bodhi (Point Break, 1991) o Días
extraños (Strange Days, 1995). Con En tierra
hostil insiste en su convicción de que "si se
maneja de un determinado modo, en el contexto cinematográfico
la violencia puede ser muy seductora".
La película, ambientada en Iraq en el año 2004,
se ordena en torno a los 38 días de servicio que le quedan
a una brigada de desactivación de explosivos del Ejército
de Estados Unidos. Tras la muerte en una explosión del
anterior jefe del comando (Guy Pearce), llega para sustituirle
en Camp Victory, antes conocido como Camp Liberty, el sargento
segundo William James (Jeremy Renner). (Nos asalta a duda de si
el personaje, un soldado hecho a medida para la campaña
de guerra estadounidense, se llama así por uno de los fundadores
del pragmatismo estadounidense.)
De ese mismo equipo forman parte también el sargento
J. T. Sanborn (Anthony Mackie), un superviviente lúcido,
y el irritable especialista Owen Eldridge (Brian Geraghty), que
no quiere más que marcharse de Iraq ("Si estás
en Iraq, estás bastante muerto").
La vida cotidiana del trío consiste en detectar y desactivar
artefactos explosivos caseros. James es un personaje temerario
que suele llevar a cabo el trabajo poniendo en peligro a todos
los demás. Sanborn, que se toma muy en serio la seguridad
de sus hombres, califica a James desde el principio de "montón
de basura sureña blanca reaccionaria". Eldridge tiene
que someterse a tratamiento psicológico para afrontar el
miedo a que le maten. Los dos últimos cuentan los días
que les faltan para que los desmovilicen. Por otra parte, aunque
James tiene esposa y un hijo, vive para el chute de adrenalina
que le suministra la guerra.
La población iraquí ejerce de mero paisaje humano
de la situación de tensión en que actúan
los artificieros. Es el enemigo, ese "Otro" barbudo
para unos soldados estadounidenses bien afeitados. En la película
se presenta a la población local como si no tuviera rostro,
como simples terroristas vestidos de negro o mediante arquetipos
fáciles de identificar, como el comerciante del barrio...
que además es terrorista.
Tal como están, los personajes iraquíes actúan
principalmente como elementos de atrezo. La presencia de unos
insurgentes da pie a los cineastas a analizar en una secuencia
larga y desagradable la psicología de los soldados cuando
están a punto de matar a alguien. A esto se le hace pasar
por "realismo".
La línea argumental es bastante precaria. La película
se dedica a exhibir unos cuantos días repletos de acción
en la vida de un especialista en desactivación de explosivos.
James es la máquina de combate perfecta. Contrasta con
los personajes de Sanborn y Eldridge, cuyas vacilaciones se presentan
como un defecto comprensible. Sin embargo, para la tarea que se
avecina, a Bigelow le parece razonable apuntar que no están
suficientemente entregados a "ser todo lo que pueden ser".
Entre medias, las escenas tensas y, en ocasiones, violentas
del equipo patrullando en las calles y edificios devastados de
Iraq son el interludio convencional para mostrar cómo se
establecen los lazos emocionales masculinos en los barracones
a través de juegos violentos, ebrios y machistas.
Escasean los momentos con cierta sensibilidad, y están
apuntados con torpeza. En una secuencia artificiosa, el psiquiatra
del campamento, el coronel John Cambridge (Christian Camargo)
aprende por las malas que las palabras valen poco cuando se trata
de combatir.
Cuando James regresa por fin a casa con su familia, los realizadores
acumulan de forma rudimentaria los obstáculos para su adaptación
a la vida doméstica. Las implicaciones del desenlace, de
las que seguramente no es plenamente consciente Bigelow, son muy
desagradables. Parece estar homenajeando a una casta militar intrépida
y entregada a su trabajo, de guardia permanentemente. ¿Ha
pensado en las consecuencias de las actividades de estas tropas
en el siglo XX?
El guión de En tierra hostil es de Mark Boal, un periodista
destinado en Iraq en 2004 por la revista Playboy. Según
Bigelow, él fue la principal fuerza impulsora de la producción
de la película. En las entrevistas también atribuye
la fuente de inspiración de la película al libro
de Hedges War is a Force That Gives Us Meaning. Quizá
los realizadores escogieran a Hedges por una fama antibelicista
que procedía de ciertas disputas con las clases dominantes.
En mayo de 2003, dos semanas después del infame discurso
de "misión cumplida" del presidente Bush, Hedges
pronunció un discurso en una ceremonia de graduación
de Rockford College, en Illinois, en el que dijo: "Si la
historia sirve de orientación, nos estamos embarcando en
una ocupación que será tan perjudicial para nuestras
almas como para nuestro prestigio, poder y seguridad". Algunos
estudiantes lo abuchearon y tuvo que ser escoltado para salir
del campus por motivos de seguridad. The Wall Street Journal
le denunció y The New York Times, el periódico
para el que trabajaba, le impuso dejar de hablar de la guerra
de Iraq. En consecuencia, abandonó el periódico
para acabar nombrado periodista veterano o Senior Fellow de The
Nation Institute, una institución periodística no
lucrativa de izquierda liberal.
Como En tierra hostil empieza con unos comentarios de
Hedges, vale la pena citar por extenso el fragmento del libro
donde aparece: "El persistente atractivo de la guerra reside
en lo siguiente: Aun con la destrucción y la matanza que
siembra, nos proporciona lo que todos anhelamos en la vida. Nos
da un propósito, un sentido, una razón para vivir.
Solo cuando estamos en medio del conflicto queda de manifiesto
que nuestra vida es superficial e insulsa. Nuestras conversaciones
y, cada vez más, nuestros informativos, están presididos
por trivialidades. Y la guerra es un elixir apetecible...
"El fragor de la batalla es una adición poderosa
y, a menudo, letal, pues la guerra es una droga; una droga que
he consumido muchos años. Nos la suministran los forjadores
de mitos, los historiadores, los corresponsales de guerra, los
directores de cine, los novelistas y el Estado, todos los cuales
la dotan de cualidades que a menudo posee: emoción, exotismo,
poder, oportunidades de elevarnos sobre nuestras pequeños
ciclos vitales, y un universo singular y fantástico que
presenta una belleza grotesca y sombría."
Nos vemos obligados a replicar "¡Habla por ti!".
Pero, al parecer, Hedges también habla por los realizadores,
y sus ideas han contribuido a crear el personaje de James como
combatiente perfecto. No lo aquejan las dudas, los miedos ni los
vínculos personales; tal como lo presenta Bigelow, es "el
soldado del siglo XXI". Si la guerra, "el escenario
definitivo" (o, para ser más preciso, la agresión
global del imperialismo estadounidense), va a ser un rasgo permanente
de la existencia, entonces debe haber un código genético
para afrontar las nuevas exigencias. Por desgracia, los realizadores
de la película quieren aportar su grano de arena a la causa.
En las notas de producción de la película, Bigelow
afirma que "el miedo tiene mala fama, pero creo que no la
merece. El miedo es clarificador. Te obliga a anteponer las cosas
importantes y desechar las banalidades".
La directora aseguraría con certeza que, como James
es un técnico en desactivación de explosivos, salva
vidas; incluso vidas iraquíes. Para subrayar este aspecto
le hace trabar amistad con un niño iraquí por quien
está dispuesto a caminar entre las balas y arriesgar la
vida por un terrorista suicida arrepentido. Casi todos estos intentos
de mostrar la cara "positiva" de un soldado estadounidense
en un país ocupado resultan poco convincentes.
La mayor falacia de la película es que sus realizadores
parecen creer que se puede esbozar un retrato fiel de la situación
psicológica y moral de las tropas estadounidenses sin abordar
la naturaleza de la empresa iraquí en su conjunto, como
si esta última no afectara la forma de pensar y actuar
de los soldados.
En tierra hostil adolece de problemas artísticos
graves. ¿Cómo podría ser de otro modo? La
premisa en que se basa la película es profundamente falsa
y, para ser francos, estúpida; sin ir más lejos,
que se puede tratar el conflicto iraquí con "neutralidad",
sin pronunciarse sobre sus razones o sinrazones, como un ejemplo
de guerra "en abstracto".
Resulta tedioso contemplar el heroísmo de los estadounidenses.
Es bastante más que tedioso escuchar las cavilaciones de
unos soldados que se muestran esencialmente ajenos a los iraquíes
y no reaccionan de ningún modo ante el pueblo que masacran
y cuyo territorio ocupan. (La película se rodó en
Jordania, y es una triste ironía que los iraquíes
de la película fueran iraquíes realmente desplazados
por la guerra. Bigelow afirma que "la familia real [jordana]
apoyó mucho la producción".)
La invasión y ocupación de Iraq es uno de los
grandes delitos de nuestros tiempos. La operación encabezada
por Estados Unidos, emprendida sobre los cimientos de mentiras
lanzadas contra un país casi indefenso, fue y es una guerra
de agresión, ilegal desde la óptica de la legislación
internacional. De hecho, durante los juicios celebrados después
de la Segunda Guerra Mundial contra los dirigentes nazis, la guerra
de agresión se definió como "el delito internacional
supremo, que se diferencia de los demás crímenes
de guerra en que contiene en su seno el mal acumulado por el conjunto".
Las estimaciones cifran los muertos iraquíes en más
de un millón; varios millones más han sido desplazados;
ciudades enteras han quedado arrasadas; el país se ha dividido
en facciones enfrentadas... todo lo cual podría desembocar
en algún momento una nueva guerra civil fratricida. Para
la inmensa mayoría de la población mundial, y sin
duda para los sectores musulmanes y originarios de Oriente Próximo,
la ocupación estadounidense de Iraq está asociada
a Abu Ghraib, Haditha, Faluya... torturas y abusos, atrocidades,
destrucción masiva. Nada de esto parece preocupar a Bigelow
ni a Boal, ni a la intelligentsia de la complaciente clase
media estadounidense en general. Es escandaloso que no se escandalicen.
Muchos militares estadounidenses han regresado de Iraq con
la vida hecha pedazos. En primer lugar, a la mayoría no
les espera una existencia tranquila y económicamente estable,
como le sucede a James. Además, las atrocidades que están
cometiendo las tropas de combate estadounidenses en Iraq y Afganistán,
resultado inevitable de una guerra neocolonialista, están
transformando a una parte de los veteranos en un estrato social
gravemente afectado e incluso psicópata.
Un artículo reciente publicado en este mismo World
Socialist Web Site aludía a unos reportajes sobre una
compañía del Ejército de Estados Unidos con
sede en Fort Carson, cerca de Colorado Springs, en Colorado. (Véase
What imperialist war produces: Iraq veterans charged with murder
and other crimes). Los miembros de la compañía,
que presenciaron combates intensos y prolongados en Iraq, han
cometido al regresar a su país docenas de delitos, incluídos
asesinatos, tentativas de asesinato, violaciones y robos. Algunos
de ellos están en prisión cumpliendo condenas muy
largas por unos hechos brutales.
En entrevistas concedidas a periódicos locales, varios
soldados daban detalles del tipo de atrocidades en las que habían
participado o de las que fueron testigos en Iraq: matanza de civiles,
tortura a detenidos, descuartizamiento de cuerpos. Un periódico
de Colorado señalaba: "Más de la mitad de los
soldados acusados o condenados afirmaron haber visto durante sus
misiones crímenes de guerra, entre los que había
asesinatos de civiles".
¿Es a esto a lo que se refiere Hedges cuando habla de
"el persistente atractivo de la guerra"? Debería
explicárnoslo.
Una serie de críticos afirman que En tierra hostil
se inscribe en la tradición de películas antibelicistas
como Platoon (Platoon, 1986), de Oliver Stone o
La chaqueta metálica (Full-Metal Jacket,
1987), de Stanley Kubrik. Es absurdo. Por muchos puntos débiles
o extravagancias que contengan, ambas películas mostraban
hostilidad sin ambages hacia la Guerra de Vietnam y el impacto
deshumanizador del ejército sobre los jóvenes. Las
comparaciones de En tierra hostil@con la demoledora Apocalypse
Now (Apocalypse Now, 1979), de Francis Ford Coppola,
son aún más rocambolescas.
El trato favorable casi universal que ha recibido la película
de Bigelow por parte de la crítica es un fenómeno
en sí mismo. Muchos de los analistas, tras declarar que
En tierra hostil y las interpretaciones que contiene son
"material para un Oscar", comentan que la principal
ventaja de la película con respecto a otras anteriores
sobre Iraq es la perspectiva "apolítica" que
ofrece. ¿A quién se quiere engañar?
Hay un proceso social en curso. Toda una capa de la clase media
liberal se está adaptando cómodamente al neocolonialismo
estadounidense, y justifica su actitud aludiendo a la nueva administración
"progresista" de Washington, que está llevando
a cabo un tipo de intervención distinta, con objetivos
diferentes. Nadie puede explicar muy bien en qué se diferencia.
Los cadáveres continúan amontonándose.
Bajo el discurso de que se trata de una película que
elude "la retórica partidista y la adopción
de poses" y "aparta de la guerra a la política"
subyace un punto de vista político firme. Quizá
lo que mejor lo describa (en la revista The New Yorker)
sean las palabras del periodista George Packer, uno de los primeros
defensores de la guerra contra Iraq: "Sobre todo, [En
tierra hostil] es una película de Iraq con un programa
modesto y sin opiniones políticas obvias. Ahí, más
que en ningún otro sitio, reside el manantial de su fuerza
[...] Tal vez, con la marcha de la administración Bush,
la retirada de las unidades de combate estadounidenses de las
ciudades iraquíes y la atención que el nuevo presidente
ha pasado a prestar a Afganistán, Pakistán e Irán,
la de Iraq pueda empezar a convertirse en una guerra real, no
en un símbolo de un mal devorador; en objeto de películas
que intentan ser buenas películas, y no hacer grandes declaraciones".
¡Larga vida al poderío estadounidense en Iraq!
¡Larga vida a Obama! Todo va bien en el mundo.
Traducido
para Rebelión por Ricardo García Pérez
http://www.wsws.org/articles/2009/aug2009/hurt-a10.shtml
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