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La tormenta política de Egipto es una nueva etapa en
la revolución mundial
Por David North y Alex Lantier
8 Julio 2013
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el autor
Este artículo de perspectiva política apareció
originalmente en ingles en nuestro sitio el 5 de julio 2013.
Los acontecimientos explosivos egipcios de esta semana, cuyo
punto culminante fue el golpe de estado contra el presidente Mohamed
Morsi, tienen inmenso significado para el proletariado mundial.
Lo más sobresaliente de estos eventos es la magnitud del
torrente de oposición social al gobierno islámico
de Morsi. Las masas inundando los centros urbanos, no son decenas
o miles, sino millones. En toda la nación participaron
decenas de millones.
"El volumen de la acción de masas aumenta con la profundidad
de la acción histórica," escribieron Karl Marx
y Friedrich Engels en 1944, cuando la clase obrera europea se
disponía a librar las primeras grandes batallas revolucionarias
(1848, 1849.) Esta nueva "acción histórica"
que ahora moviliza a decenas de millones es el desenvolvimiento
de la revolución proletaria contra el capitalismo global.
La marejada de movilizaciones en Egipto es la expresión
concreta más intensa de un proceso internacional. Éste
incluye enormes huelgas y manifestaciones en todo el mundo -en
países europeos destripados por medidas de austeridad,
como Grecia, Portugal y España; en regiones industriales
asiáticas, como China y Bangladesh; en el Oriente Próximo,
incluyendo la serie de enormes luchas en Israel; y recientemente
en Turquía y Brasil.
La crisis económica mundial y la nueva rebelión
obrera han hecho añicos de la idea de que el colapso de
la URSS en 1991 señaló el fin de la historia y el
triunfo de la democracia liberal. El levantamiento egipcio intima
el futuro: la entrada de cientos de millones de trabajadores y
gente oprimida al camino de revoluciones que harán parecer
pequeñas las revoluciones de pasadas épocas.
Las contradicciones del sistema capitalista mundial son las fuerzas
que dan impulso a esta explosión de luchas de clase. Estos
problemas en todos los países son de naturaleza internacional.
La globalización de la vida económica, maneada por
el sistema de estados nacionales y por la propiedad privada y
los medios de producción en manos de la burguesía,
ha creado más y más parasitismos financieros, desigualdad
social, pobreza, guerra, y el colapso de la democracia.
Así verifica la historia las conclusiones a las que el
revolucionario más grande del siglo veinte, León
Trotsky, había llegado. Escribía en 1938, un año
antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, de la "agonía
mortal del capitalismo" en el programa de fundación
de la Cuarta Internacional, El Programa de Transición;
Trotsky señalaba que las precondiciones objetivas de la
revolución socialista habían madurado. "La
crisis histórica de la humanidad," dijo, "se
reduce a la dirección revolucionaria."
Eran momentos en que Trotsky escribía en oposición
a burocracias, estalinistas, socialdemocráticas y sindicales,
que no escatimaban esfuerzos para impedir la revolución
socialista. Esas traiciones causaron una serie de derrotas devastadoras
de la clase obrera, el fascismo y la guerra mundial.
Las enormes luchas actuales otra vez plantean la crisis de dirección
revolucionaria en el proletariado. Las condiciones objetivas de
la revolución socialista brotan rápidamente. Todavía
queda resolver la cuestión de una conducción política
que esté a la altura de lo que requiere una nueva época
de revolución.
En Egipto, la rebelión de las masas ha logrado derrocar
gobernantes y trastornar cúpulas políticas. Sin
embargo ni pudo derrocar a las FF.AA., acabar con la explotación
y opresión del capitalismo, o destruir el Estado burgués.
Una marea de movilizaciones populares barrieron con Mubarak en
2011, pero sin partido para conducir la revolución socialista.
En cambio existían quebrados partidos burgueses mancornados
al imperialismo yanqui y a las medidas de austeridad del Fondo
Monetario Internacional, y acompañados de una colección
de partidos pequeñoburgueses seudoizquierdistas con un
enfoque narcisista y de identidad étnica o religiosa, hostil
al movimiento independiente del proletariado. Ninguna de esas
organizaciones tenía ningún enfoque en las necesidades
de las masas. Por lo tanto, una junta militar agarró el
poder.
La clase obrera fue la punta de lanza de una enorme oposición
a la junta en 2011 y 2012. Pero la quebrada oposición burguesa
y sus caballitos seudoizquierdistas facilitaron a los Hermanos
Musulmanes conquistar el poder. Los supuestos Socialistas Revolucionarios
aclamaron a los Hermanos luego de las elecciones de junio 2012,
declarando que la revolución triunfaba mediante su victoria.
Un año después brotaba un movimiento nacional, extendiéndose
más allá de la Plaza Tahrir, contra Los Hermanos
y el Presidente Morsi, que era tan dictador como lo fue la junta.
Sin la existencia de un partido revolucionario de la clase obrera,
las FF.AA., los partidos burgueses y pequeñoburgueses se
pusieron de acuerdo luego de un frenesí de negociaciones;
acordaron removerlo a Morsi y formar otra junta con una coalición
de personajes burgueses en el rol de testaferros -medida preventiva
contra la aparición de un movimiento de vanguardia revolucionario
del proletariado.
Los militares se esconden detrás de una coalición
porque aun no se sienten con fuerza para arremeter contra las
masas. Por lo tanto preparan una guerra de desgaste contra la
clase obrera. Mientras alistan medidas de represión, intentarán
desgastar al proletariado con medidas de austeridad social y colaborando
con el imperialismo yanqui. No es difícil predecir que
las masas obreras y los pobres encararán nuevas luchas
contra este régimen tambaleante.
Las gentes de Egipto y del mundo deben aprehender las enseñanzas
de estas importantes experiencias. Para construir una genuina
dirección revolucionaria proletaria, en base a las lecciones
históricas del siglo veinte y del siglo veintiuno, es importante
hacer hincapié en algunos principios de la teoría
de la revolución permanente:
No existe nación en el mundo, ni siquiera entre los
antiguos países coloniales, donde alguna capa burguesa,
o sus representantes políticos, pueda jugar un papel progresivo.
La fuerza revolucionaria fundamental de todas las naciones
es la clase obrera; sólo esa clase puede luchar con intransigencia
para implantar y defender un programa democrático. La
lucha por la democracia se entrelaza con la lucha revolucionaria
por el socialismo y por el poder obrero.
La lucha en todos los países requiere ser guiada por
una estrategia internacional. Para el proletariado egipcio la
revolución triunfará sólo en alianza con
la clase obrera de todo el Oriente Próximo, incluyendo
al proletariado de Israel, en una lucha común contra cúpulas
en el gobierno y sus titiriteros estadounidenses y europeos.
El imperialismo no se detendrá ante nada hasta dominar
a la gente del Oriente Próximo. Las guerras carniceras
de Libia y Siria, que siguieron la revolución egipcia sirven
de advertencia. No existen alternativas a la revolución
socialista salvo una nueva división de la región
por las potencias imperialistas y la esclavización de la
clase obrera. Es inconcebible construir una estrategia socialista
sin la formación en el Oriente Próximo y en el resto
del planeta de nuevos partidos de la clase obrera sobre los cimientos
de la perspectiva trotskista de la revolución permanente.
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