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El General Argentino Videla y la guerra al terror
Por Bill Van Auken
3 Junio 2013
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el autor
Este artículo apareció originalmente en ingles
en nuestra sitio el 22 de mayo 2013
El General Jorge Rafael Videla falleció el 17 de mayo.
Tenía 87 años. Murió como consecuencia de
una caída en una ducha de prisión el 12 de mayo.
Se lo recuerda como jefe de una brutal dictadura que, entre 1976
y 1983, asesinó e hizo desaparecer a aproximadamente 30,000
trabajadores argentinos, militantes socialistas, maestros, estudiantes
y a otros tachados de subversivos. Otros 100,000 fueron torturados.
En su propio país, los periódicos que una vez apoyaron
su gobierno ahora lo condenan como dictador y practicante del
terror estatal.
Sospechamos que los que sí lamentan su muerte son los militares
y la maquinaria de espionaje de Estados Unidos y Latinoamérica
-ni mencionar los representantes de los intereses financieros
que él tanto defendió.
Al fin y al cabo, Videla fue uno de los pioneros de la supuesta
guerra contra el terrorismo. Fue el autor intelectual de métodos
extraconstitucionales de gobierno, de represión y de violencia
estatal que desde esa época han sido adoptados en EE.UU.
y en otros países. No cabe duda que los actuales practicantes
de este tipo de labor consideran a Videla como alguien que se
adelantó a su tiempo..
Tres días antes de morir, el ex dictador compareció
como acusado principal ante un tribunal argentino relacionado
con la Operación Cóndor, un proyecto colectivo de
las dictaduras latinoamericanas de los 1970 para cazar y torturar
a sus adversarios a través de las fronteras.
Al igual que en juicios anteriores, Videla dijo que había
perdido la memoria de los acontecimientos de aquellos tiempos.
Pero a la misma vez defendió, como necesarias, las acciones
que su régimen y los militares llevaron a cabo durante
la "guerra antiterrorista".
La Operación Cóndor combinó la labor de los
regímenes militares en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay
y Uruguay, regimenes que aún gozaron de la ayuda militar
y del apoyo logístico indispensables del Pentágono
y la CIA.
Bajo esa operación fueron secuestrados y asesinados individuos
considerados adversarios de los regímenes dictatoriales.
Entre estos: el asesinato, por medio de coche bomba, de Orlando
Letelier, ex ministro de relaciones exteriores en el gobierno
de Allende; los asesinatos del ex presidente de Bolivia, Juan
José Torres; los ex diputados uruguayos, Héctor
Gutiérrez y Belmar Michelini en Buenos Aires; y los asesinatos
de los ex presidentes brasileños, Joao Goulart y Juscelino
Kubitschek. Estos dos últimos fueron muertos de maneras
que hicieron parecer, respectivamente, que habían sido
víctimas de un ataque cardíaco y de un accidente
automovilístico.
En la jerga oficial de Estados Unidos, los métodos que
se usaron bajo El Plan Cóndor se conocen como "entregas
de presos" [renditions] y asesinatos señalados [targeted
assassinations], frases que los funcionarios de la CIA y de operaciones
especiales conocen muy bien.
Todos los regímenes que participaron en Cóndor incluían
a militares de alto rango entrenados en la Escuela de las Américas
en Panamá y en otras instalaciones militares estadounidenses.
Todos contaron con consejeros militares norteamericanos, recibieron
gran ayuda militar de Estados Unidos, y funcionaron como anfitriones
de estaciones de la CIA.
Documentos del Departamento de Estado anteriormente secretos dejan
bien claro que el gobierno en Washington comprendía muy
bien las intenciones de Videla desde un principio y plenamente
las apoyaba. Uno de estos documentos describe un intercambio entre
Henry Kissinger, secretario de estado en esa época, y su
secretario alterno para Latinoamérica, William Rogers,
dos días después que Videla se apoderó del
gobierno.
Rogers le había escrito a Kissinger que Washington "debe
anticipar una gran represión; probablemente correrá
mucha sangre en Argentina y sin mucha demora. Creo que van a tener
que reprimir no sólo a los terroristas, sino también
a los disidentes de los sindicatos y a sus partidos".
Aunque Rogers sugirió que se esperara cierto tiempo para
reconocer oficialmente a la junta, pues las relaciones públicas
podrían ser problemáticas, Kissinger ordenó
que a ésta se la apoyara completamente. Le hizo hincapié
a que, "No importa cuáles sean sus posibilidades,
van a necesitar que les demos ánimo".
Entre los que pusieron esa medida en práctica en 1975 estuvieron
Richard Cheney, quien en esa época era jefe de gabinete
de la Casa Blanca, y Donald Rumsfeld, quien era secretario de
defensa. Veinticinco años después, ambos serían
los arquitectos principales de la guerra global de Estados Unidos
"contra el terror."
Videla y sus compinches militares comenzaron lo que ellos llamaron
el "proceso de reorganización nacional" -el proceso-
alentados por el gobierno norteamericano.
Entre los primeros pasos que tomaron fue la suspensión
de los derechos democráticos más elementales, inclusive
las garantías de habeas corpus -que prohíbe
la encarcelación sin cargos o juicios. La dictadura prohibió
sindicatos y partidos políticos y disolvió las legislaturas.
Las huelgas y las manifestaciones llegaron a ser consideradas
como grandes crímenes contra la "seguridad nacional".
Se creo un sistema de cárceles clandestinas, como los calabozos
infames de ESMA (Escuela de Mecánicos de la Marina), del
Campo de Mayo (del ejército), y muchas más por todo
el país. Ahí los detenidos eran torturados sanguinariamente
con palizas, choques eléctricos, sumersiones prolongadas
en agua sucia, privación del dormir, temperaturas y ruidos
extremos, ataques por perros entrenados, ejecuciones simuladas,
humillaciones y torturas sexuales.
Un cuarto de siglo después, casi todos estos métodos
se utilizarían en Guantánamo, Abu Ghraib y los "sitios
negros de la CIA" por todo el mundo.
Después de ser torturadas, muchísimas víctimas
fueron asesinadas, muchas de ellas drogadas, puestas en aviones
militares, y tiradas desnudas en el Río de la Plata o en
el Océano Atlántico para que se ahogaran.
El apoyo para la junta de las FF.AA. estadounidenses se dejó
ver en un artículo que apareció en la edición
de junio, 1978, de Parameters, revista de la Escuela de
Guerra del Ejército de Estados Unidos, que aprobaba que
el "General Jorge Rafael Videla, jefe de la junta militar
argentina, le había permitido a las autoridades adoptar
medidas más rigurosas "contra el "terrorismo".
Elogiaba a Videla como hombre "moderado, comprometido a regresar
el país a la democracia una vez se establezcan las bases
de la estabilidad".
Para esa época, como han revelado documentos desclasificados
del Departamento de Estado, la cifra de argentinos muertos en
la cruzada por la "estabilidad" llegaba a 22,000.
Trabajadores militantes y miembros de los sindicatos representaron
el 40 por ciento de las víctimas. Centros de tortura se
crearon dentro de varias de la fábricas más importantes
del país, como en la automotriz Ford. La burocracia peronista
sindical colaboró con la campaña de exterminación;
aun antes de los militares se apoderaran del poder la burocracia
había ayudado a formar escuadrones de la muerte
La represión sirvió a intereses de clase y económicos
bien definidos. La dictadura logró tijeretear los salarios
en un 50% durante su primer año, reduciendo así
la parte del ingreso nacional que le correspondía a los
trabajadores del 48.5 por ciento a tan solo el 29 por ciento.
La asistencia médica universal se abolió a favor
de compañías de seguro privadas. Otras formas de
asistencia social fueron eliminadas o reducidas drásticamente.
En esencia, la junta fue la agencia de un enorme traspaso de la
riqueza social: del pueblo trabajador argentino a la burguesía
nacional, a las empresas transnacionales y al capital financiero
internacional.
No se trata aquí de un asunto de mero interés histórico.
Ante la crisis económica más profunda desde la Gran
Depresión de la década de los 1930, las clases políticas
de Estados Unidos y del mundo intentan hacer efectivo similares
traspasos de la riqueza social. So pretexto de la "guerra
contra el terror" -la misma justificación que Videla
dio- el gobierno de Estados Unidos, empezando con el de Bush y
acelerando bajo Obama, ha creado el marco institucional y jurídico
para la una represión a la Argentina.
El gobierno de Obama se apropió el poder de poner a ciudadanos
estadounidenses en detenciones militares indefinidas sin cargos
o juicios; es decir, para conducir "desapariciones".
Una Casa Blanca que regularmente produce "listas para matar"
para llevar a cabo asesinatos y masacres en el extranjero ha otorgado
el derecho a conducir semejantes homicidios dentro de los EE.UU.,
si, a su solo juicio, son enemigos "terroristas" del
estado.
Se engañan todos los que se creen que los horrores de Argentina
bajo la junta de Videla "nunca podrían ocurrir aquí".
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