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La crisis en Ucrania y las consecuencias históricas
de la disolución de la Unión Soviética
Por Peter Schwartz and David North
31 Marzo 2014
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Este artículo de perspectiva política apareció
en inglés el 7 de marzo del 2014
Cada día que pasa es más claro que Estados Unidos
y Alemania instigaron la crisis en Ucrania, la instalación
de un régimen de derecha nacionalista completamente servil
a Washington y la OTAN, con la intención de provocar una
confrontación con Rusia.
El jueves pasado, el gobierno de Obama descartó hablar
sobre una posible conciliación con el presidente ruso,
Vladimir Putin. En su lugar anunció una primera ronda de
sanciones, presionando a la Unión Europea (UE) a anunciar
sus propias sanciones más tarde ese mismo el día.
Mientras tanto, aviones de guerra estadounidenses han sido enviados
a los Países Bálticos y buques de guerra han entrado
en el Mar Negro.
En respuesta a una votación unánime del Parlamento
de Crimea a favor de la secesión de Ucrania y de unirse
a la Federación de Rusia y al anuncio de un referéndum
sobre la secesión para el 16 de marzo, el presidente Obama
declaró que, de ocurrir, ese balotaje sería una
violación de la Constitución de Ucrania y la ley
internacional.
Como ha sido el caso a lo largo de esta crisis - en las declaraciones
del gobierno de EE. UU. domina la hipocresía. En 1992 tras
la disolución de la Unión Soviética Estados
Unidos presionó por la desintegración de Yugoslavia.
En 1999 se fue a la guerra contra Serbia para asegurar la secesión
de la provincia de Kosovo. La posición de Washington sobre
una u otra cuestión no está determinada por los
principios del derecho internacional sino por el cálculo
de sus intereses geopolíticos y económicos.
La pregunta ahora es: ¿hasta qué punto está
dispuesto EE. UU. a llegar a fin de asegurarse de la victoria
sobre Rusia en esta confrontación? En una entrevista televisada
Samantha Power, embajadora de EE. UU. ante las Naciones Unidas
(ONU), reiteró el ultimátum de Washington que Rusia
reconozca el régimen apoyado por Estados Unidos en Kiev,
advirtiendo que la situación de Ucrania podrían
"terminar mal".
Tan imprudente es la agresividad de EE. UU. que incluso alarmó
al ex secretario de Estado Henry Kissinger, el ejecutor más
despiadado de la política de poder imperialista. Comenzó
un artículo de opinión en el Washington Post del
jueves pasado diciendo: "La discusión política
sobre Ucrania se trata totalmente de confrontación. Pero,
¿sabemos a hacia donde nos dirigimos?"
El plan estratégico de Washington es muy claro: utilizar
"manifestantes" fascistas ucranianos para derrocar al
gobierno electo del Presidente Viktor Yanukovich y adquirir el
control irrestricto sobre el país. El gobierno de Obama
piensa que Putin sólo ofrecería mínima resistencia,
para salvar la cara.
Sin embargo, EE. UU. no busca un compromiso con Rusia. Quiere
humillarla por lo menos parcialmente, y se arriesga a que se dé
inicio a un proceso que acabd en una guerra nuclear. Los Estados
Unidos está exigiendo nada menos que la aceptación
de una Ucrania hostil que servirá como una puesto de avanzada
para las fuerzas militares de Estados Unidos y la OTAN, e identificar
las operaciones destinadas a desmembrar Rusia.
En parte, la postura adoptada por Washington refleja su ira
por los acontecimientos recientes, especialmente el apoyo de Rusia
al régimen de Assad en Siria y la decisión de Putin
de proporcionar asilo al denunciante de la Agencia de Seguridad
Nacional, Edward Snowden. Ambos casos son vistos como una expresión
de la negativa de Rusia a aceptar incondicionalmente la hegemonía
global de los Estados Unidos. Washington quiere un cambio drástico
y permanente en la relación de fuerzas entre sí
y Moscú.
El gobierno de Obama parece estar contando con la voluntad
de Putin de dar marcha atrás frente a la combinada fuerza
militar y financiera del imperialismo de EE. UU. y Europa. Pero
el hecho es que ha provocado una crisis que podría espiral
hacia un choque militar con consecuencias catastróficas.
Incluso si la guerra nuclear se evita en este caso, los acontecimientos
de la semana pasada han demostrado que una nueva guerra mundial,
con la utilización de armas nucleares, no es sólo
un peligro. Es algo inevitable a menos que la clase obrera intervenga
para poner fin al capitalismo y al imperialismo.
Esta situación, y la posición en la que Rusia
se encuentra, confirman plenamente las consecuencias catastróficas
de la disolución de la Unión Soviética. En
diciembre de 1991 el anuncio por el presidente ruso Boris Yeltsin
y sus homólogos de Ucrania y Belarús, Leonid Kravchuk
y Stanislav Shushkevich, de la disolución de la URSS fue
el último acto de traición en las décadas
de traiciones por parte de la burocracia estalinista de la revolución
de Octubre de 1917, que creó un estado obrero y el programa
socialista e internacionalista en el que se basó la revolución.
La propaganda bélica en los medios occidentales sobre
el "expansionismo" de Rusia es absurda. Desde la desintegración
de la URSS, vastas porciones de la antigua Unión Soviética
y de todos sus aliados del bloque oriental han pasado a la órbita
del imperialismo de EE. UU. y Europa. El destino de Rusia ha confirmado
las advertencias del movimiento trotskista de que la disolución
de la Unión Soviética tendría como resultado
la transformación de la Rusia postsoviética en una
empobrecida y despótica semicolonia del imperialismo occidental.
Antes de la desintegración de la URSS, la pieza clave
de la política exterior de Stalin era la "coexistencia
pacífica" con el imperialismo. El Kremlin utilizó
toda su influencia para reprimir la lucha de clases internacional
contra el capitalismo, a cambio de un acomodo imperialista con
la URSS.
En los últimos años de su gobierno, mientras
desarmaba lo que quedaba de la herencia de la Revolución
de Octubre, la burocracia del Kremlin bajo Gorbachov actuaba como
si el imperialismo fuera una ficción marxista. A medida
que desmantelaban la Unión Soviética, los burócratas
vendían la ilusión de que una Rusia capitalista
sería permitida a vivir en paz con los Estados Unidos y
sus aliados europeos de la OTAN, ya que los nuevos biznismen (hombres
de negocio) rusos se hicieron cada vez más ricos en base
al saqueo de la antigua URSS.
Pero el imperialismo no es una ficción. Es una realidad
brutal, y en intereses geopolíticos y económicos
no hay cabida para coexistencia pacífica con Rusia. La
oposición de Estados Unidos a la Unión Soviética
no se basaba sólo en la estructura no capitalista de la
URSS. Estados Unidos nunca pudo reconciliarse con el hecho de
que la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución
de Octubre, privó al imperialismo norteamericano del control
directo sobre los vastos recursos naturales y humanos de ese país
tan inmenso. A pesar de que la Unión Soviética ya
no existe, se mantienen los apetitos imperialistas de EE. UU.
y Europa.
En Los sonámbulos, un libro recientemente publicado
sobre la crisis de julio de 1914 que condujo al estallido de la
Primera Guerra Mundial, el historiador Christopher Clark llama
la atención hacia la imprudencia de los diplomáticos
europeos cuyos errores de cálculo produjeron un desastre.
¡Pero comparados con Obama y sus aliados europeos, los actores
de la crisis de 1914 son ejemplos de moderación!
Aún si se encontrara alguna forma de salir de este "callejón
sin salida", sólo de corta duración. Otra crisis
no tardará en llegar. La crisis de febrero y marzo de 2014
no debe dejar duda de que el sistema imperialista inevitablemente
conducirá a la guerra. El único medio por el cual
esto puede prevenirse es a través de la unificación
de la clase obrera internacional en la lucha por el socialismo.
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